lunes, 14 de octubre de 2013

De la cama al sofá


De la cama al sofá, ida y vuelta.
Y no porque esté enferma,
Y no porque pase nada.
Más bien porque no pasa nada.
De la cama al sofá porque es el único sitio al que debo ir por la mañana. Es mi lugar de trabajo.
Es el único sitio del que debo regresar por la noche.
De la cama al sofa me separan cuatro metros de madera, cinco metros de piedra recubierta, y siete escalones. Del sofá a la cocina tres metros de baldosa. Del sofá al estudio, tres metros y tres escalones.  Del sofá al baño es la distancia más larga: dos metros de corcho, tres de baldosa y dos de madera. Si  tengo algo de suerte me toca poner una lavadora y recorro cuatro metros más, un par de veces al día. Del sofá a la lavadora, unos cinco metros; de la lavadora al jardín, tres y vuelta hacia adentro.
 Más allá de eso, puedo ir a comprar algo a la tienda del pueblo.
Si tienen algo que yo necesite. (No venden alimentos perecederos)
Si tengo algo de dinero en el bolsillo. ( Más de cinco euros, que con menos no compro nada)
Eso supone caminar doscientos metros. Cien de ida y Cien de vuelta.Y me quejo de que es cuesta arriba.
 Un día hubo suerte y la tienda estaba cerrada.- la dueña se había ido a pasear-, tuve que volver más tarde y en lugar de doscientos metros caminé cuatrocientos.
Puedo caminar por el campo, pero ya lo conozco todo, y me aburre.
Los días que más suerte tengo, son aquellos en los que bajo a Madrid. Lastima que no suele ser por ocio, sino por trabajo, y siempre voy con prisas. Así que, para que me de tiempo a todo, dejo el coche en el parking, lo más cerquita posible y en el punto intermedio de todos los lugares donde voy a comprar materiales. El parking me deja a ciento cincuenta metros de las mercerías... si no encuentro lo que quiero en una, puedo caminar veinte metros hasta la segunda, cuarenta hasta la última de la calle. Si tengo que comprar tejidos de relleno haré otros cien metros en el mismo sentido. ¡Qué bien, a la vuelta son doscientos! Luego dejo las cosas que pesan en el coche. (Las telas pesan mucho cuando llevas varios metros y son gruesas) y me dirijo hacia el otro lado. Desde la izquierda del parking hasta la tienda de manualidades hay unos treinta metros. Setenta hasta la tienda de tejidos más cara, pero suelo ir primero a la tienda barata, lo que supone unos treinta metros más. Y hacemos cien. De nuevo cien. Cien de ida, y cien de vuelta. La única esperanza que me queda es tener que ir a comprar artilugios para cinturones y cuero, o cierres de gargantillas y collares. En ese caso debo hacer doscientos metros más de ida y vuelta. Pero casi nunca me da tiempo a hacer tantas cosas en un día. En las tiendas hay señoras con todas las horas de la tarde para gastar, y que piden todo tipo de cosas, y que, como yo, quieren que el vendedor dedique  tiempo y paciencia  a solucionar sus problemas.
  Y yo debo irme. Debo irme pronto, porque estamos en Madrid, y el parking cuesta muy caro, así que trato de abandonar las tiendas lo antes posible, y rescatar el coche. Y en ese momento, en cuanto me siento al volante, -o en el asiento del copiloto- se acabó todo. Otra vez sentada.
 Y otra vez en casa. Y otra vez al sofá. Porque casi todo mi trabajo se hace sentada. Coser se cose sentada, dibujar se dibuja sentada. Escribir se escribe sentada. Ahora mismo estoy escribiendo, los pies me pican un poco de tenerlos encogidos. Y eso sucede cuando pasas mucho tiempo en la misma postura. Mover tu trabajo por internet, también se hace sentada. Algo contradictorio, eso de mover sin moverse uno. ¡Qué desperdicio!
Pero decía que regreso.
Del coche aparcado hasta la puerta de casa, hay apenas un metro. De la puerta de casa hasta el sofá quizás haya diez. Podría subir hasta la habitación a desvestirme, pero como he caminado toda la tarde, estoy agotada. Aprovecho que mi habitación está situada en un altillo,- no más alto que algunas cabezas humanas-, y que no hay pared que lo separe de la entrada. Me quito las botas, y el vestido, y el sujetador,  y lo lanzo todo para arriba. Total ya lo recojo cuando suba a acostarme. La ropa de andar por casa, está a un metro y medio de mí, en la bolsa de tela  que, expresamente para esto, hay en el baño. Cenamos en el sofá. (En esta casa no cabe una mesa). Vemos las películas en el sofá. Y luego nos acostamos, eso sí, arriba, en el altillo.
  Hoy he pensado en recoger moras. Pero no me he asomado lo suficiente para saber si aún quedan. Ya octubre está a medias. Y lo cierto, lo más cierto es que no sé qué me apetecerá hacer esta tarde. Quizás esté cosiendo y me duela interrumpir la costura, quizás a la hora de salir me encuentre editando fotos... ¿Quien sabe todo lo que puede pasar de aquí a las seis de la tarde?
Las intenciones de caminar están. Veremos como salen los planes.

2 comentarios:

  1. ya te lo dije una vez, me encanta tu manera de contar historias, y la facilidad que tengo yo para sumergirme en ellas. <3

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